En los años 70 en los históricos pasillos y salones del
recordado liceo Lisandro Alvarado, cuna
de generaciones enteras de
barquisimetanos comprometidos con el pensamiento, conocí lo que muchos llaman
el Socialismo Científico, corriente del pensamiento humano que había atrapado
buena parte de mi generación, unos por doctrina, otros por esnobismo. De la
mano de mi amigo de la vida el gordo
Francisco “Pancho” Pérez, comencé a revisar teorías y tratados, pero les
confieso, a diferencia del gordo, nunca me atrapo como evangelio.
Ya en los 80 en los
pasillos y salones de la Universidad del Zulia me tropiezo con todo el vacío de
aquello que llamaban Social-Democracia, que en nuestro país era solo una
especie de club de socios perversos que solo querían poder y dinero. Allí de la mano de varios viejos profesores de
tendencias sociales me consigo con la
Teoría de la Liberación, en una andanada de folletos del Centro Gumilla; y otra vez con el Socialismo, pero ya no el
Científico, esta vez el Humano, en la paginas de un libro que llego a mis manos
cuando me toco estudiar “Problemática Latinoamericana” llamado “Las venas
abiertas de América Latina” escrito por
un uruguayo llamado Eduardo Galeano.
Como una bofetada en mi rostro las páginas de esa obra
maestra cambio todos mis paradigmas, primero la forma de ver la historia, muy
diferente a como me la habían enseñado los eurocentristas, perdón, los
mercaderes de ella, que por siglos la han secuestrado a sus intereses y,
segundo, de ver los escenarios sociales,
para los años 80, permanentes maquillados para hacer contraste con los Baby
Boom herederos de los dueños del poder.
“Las venas abiertas de América Latina” lo he leído, y
releído en varias ocasiones, siempre ante el asombro constante del poder que
sobre la genialidad posee el autor, y su metamorfosis filosófica, la cual creo lo acerca a la genialidad de nuestro Platón
de Latinoamérica, nuestro Simón Rodríguez.
Confieso que he considerado “Las venas abiertas de América
Latina” una investigación histórica que desnuda a opresores y oprimidos
capturando perfectamente el espíritu de la época, países gobernados y a meced
de neodictadores; en otras me sumerjo en él, como un tratado periodístico que
raya con la literatura, y que como pieza esencial del conocimiento me hace
seguirlo casi como un evangelio.
Evangelio del cual
solo difiero, cuando el mismo Galeano con su humilde genialidad se autocritica
sosteniendo “Yo no quise escribir una obra objetiva. Ni quise, ni podría. Nada
tiene de neutral este relato de la historia. Incapaz de distancia, tomo
partido: lo confieso y no me arrepiento. Sin embargo, cada fragmento de este
vasto mosaico se apoya sobre una sólida base documental. Cuanto aquí cuento, ha
ocurrido; aunque yo lo cuento a mi modo y manera", escribió Galeano en "Memoria del fuego".
Después vendría “Memoria del fuego” (82), y “El libro de los
abrazos” (89) pero ya esas son otras historias… Paz a tus restos, amigo de
noches solitarias sin Internet.
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